«A propósito de nada»: Woody contrataca
Sobre su vida sentimental (bastante más extensa de lo que imaginábamos), sus filias y sus fobias, o su visión escéptica y algo depresiva de la vida (ya desde las primeras páginas se define como «ese patán crónicamente insatisfecho«). Nos hubiera gustado que se extendiera algo más sobre cada una de sus películas (lo hace en cierto modo con las primeras, pero pasa casi de puntillas por las últimas), aunque sí nos ilustra sobre su manera de rodar y entender el cine. A este respecto, sorprende conocer de su mano que jamás vuelve a ver ni uno solo de sus filmes, que se ocupa solo lo indispensable de toda la parte técnica, que ha gozado siempre de un control integral sobre cada uno de sus proyectos (sin aceptar una sola modificación), y que su esencial timidez le llevaría a trabajar siempre con los mismos actores y actrices cuya eficacia ya ha probado… con tal de no tener que devanarse los sesos para elegir el elenco de cada uno de sus filmes y rechazar a algunos de los candidatos.
A propósito de nada es puro Woody. Los rasgos de humor, su cinismo delicado y elegante y su rechazo a ser considerado un genio (categoría en la que incluye de manera destacada a Bergman, Fellini o Buñuel), o incluso un intelectual, aparecen casi en cada párrafo. «¿Qué es lo que más lamento? Solo haber recibido millones de dólares para hacer películas, haber gozado de un control artístico total, y no haber hecho jamás un gran filme«.
Pero ciertamente el casi exhaustivo relato que el cineasta y comediante neoyorquino realiza acerca de todo lo derivado de la denuncia de abusos sexuales hacia su hija adoptiva Dylan, centra buena parte del interés de estas Memorias, tanto más cuanto que, al ser una personalidad pública que a lo largo de su carrera ha concedido miles y miles de entrevistas, ya conocíamos mucho sobre las otras facetas de su personalidad. Y nos ha sorprendido mucho la contundencia con la que arremete contra Mia Farrow, a la que acusa una y otra vez de haber inducido en una niña de siete años (cuando tuvieron lugar los hechos denunciados), el falso recuerdo de algo que nunca existió, como venganza cuando conoció que Allen estaba manteniendo una relación sentimental con Soon-Yi, una de sus varias hijas e hijos adoptivos (de ella, no de él). Allen se extiende acerca de las dos investigaciones paralelas que se iniciaron tras la denuncia de Farrow (una policial/judicial y otra patrocinada por el Centro de Bienestar de la Infancia del ayuntamiento de Nueva York), y se lamenta de que buena parte de la prensa, la opinión pública y el mundo del espectáculo despreciaran los dictámenes a que llegaron ambas requisitorias: tales abusos sexuales simplemente no existieron.
Aunque faltaba el «segundo acto», mucho más reciente y posiblemente aún más devastador, cuando en 2018 la presunta víctima, su hija adoptiva Dylan, ya treintañera y madre de familia, se ratificó en la existencia de tales abusos durante una entrevista televisiva, ganándose el inmediato apoyo del movimiento Me Too. Como consecuencia de esta segunda declaración, y a despecho de su rotunda absolución por estos mismos presuntos hechos, Allen pasó -ahora sí- a ser un individuo odioso para buena parte de la opinión pública. Varios actores y actrices (incluidos algunos que acababan de trabajar en alguna de sus películas), le despreciaron, Amazon Video rompió un contrato para rodar una serie, lo mismo hizo la editorial estadounidense que iba a publicar este libro y, sencillamente, se le cerraron absolutamente las puertas para seguir rodando en su país (su última película, la reciente Rifkin’s Festival, ha sido producida por el grupo español Mediapro).
Woody Allen relata todo lo anterior sin aparente ira (salvo algún momento concreto), anotando los contrasentidos y los puntos flacos de la acusación que le ha convertido en un paria y como si no le pillara por sorpresa la miseria moral en la que tantos pueden incurrir. Expresa que nunca le interesó demasiado lo que los demás pensaran de su obra cinematográfica y que tampoco ahora va a batirse en duelo para restablecer su imagen pública más personal. Pero entre líneas se puede detectar a un hombre en cierto modo arrasado por los acontecimientos. Un octogenario, felizmente casado y con dos hijas en su muy venturoso (lo repite a menudo) matrimonio con Soon-Yi que, cuando pensaba que ya solo le quedaba deslizarse plácidamente y sin tormentas hasta la tumba, ha visto todo su legado puesto en la picota y se encuentra casi privado de poder seguir rodando películas ejerciendo (aunque le queda, y no deja de subrayarlo, la escritura).
Seguramente esa necesidad de ser querido y recuperar la estima de los demás determina otro de los aspectos llamativos de A propósito de nada: en sus páginas apenas nadie sale malparado y abundan, en cambio, los encendidos elogios hacia la práctica totalidad de los centenares de artistas y gentes del cine con las que ha trabajado (lo cual tampoco debería sorprendernos, dado que Allen nunca rodó con Jim Carrey, Swarzenegger o Vin Diesel). Podría parecer que, repartiendo halagos, aspirara a que algunos de ellos tuvieran doble recorrido. Los dedica, desde el punto de vista profesional, incluso a su bestia negra Mia Farrow (con la que llegó a rodar una docena de películas antes del conocido escándalo), aunque las menciones más especiales recaen en Diane Keaton, Dianne Wiest (quien debe a Allen nada menos que dos Oscar a la mejor actriz secundaria), Scarlett Johansson y Emma Stone («lo tiene todo»).
En EL LIBRO DE SU VIDA nunca dudamos de la inocencia de uno de nuestros referentes como escritores, amantes del cine… y simples observadores de la vida. Consideramos que alguien dotado de tal sensibilidad para describir las emociones humanas, no puede ser capaz de abusar de una niña a la que, en sus palabras, adoraba. Pero las memorias de nuestro querido Woody nos reafirman en nuestro indeleble apoyo. Es terrible que un legado tan enorme sea mancillado por una acusación que no ha sido ratificada en ningún tribunal (costando a al acusado, eso sí, una ingente cantidad de dinero para su defensa). Pero nos consuela que el autor de piezas sobresalientes del séptimo arte como Annie Hall, Manhattan, o incluso la primeriza Toma el dinero y corre, parezca tomarse todo con filosofía y resignación, como afirma en las líneas finales de este magnífico libro de memorias: «¿Si es verdad que no me interesa dejar un legado? Lo expresaré de la siguiente manera: más que vivir en los corazones y en las mentes del público, prefiero seguir viviendo en mi casa».